Concebir la realidad en su totalidad ha sido el dilema más antiguo de la humanidad. Desde su reduccionismo hasta su interminable complejidad, el ente social perdido entre las masas aglutina una serie de angustias capaces, en algún momento, de llevarlo a trascender en su historia pero en otras a conducirlo a su crucifixión.
En la actualidad, el espacio urbano como contexto ha condicionado al individuo a una serie de atavismos originados en la etapa de posguerra (1944-1989), de los cuales destacan la transición rural-urbana, el subdesarrollo, la occidentalización mediática, la inserción tecnológica, el consumismo y su abstención, este binomio último como el núcleo de su perturbación.
El libro de Alfredo Padilla Una pastilla más para que pase el dolor se adentra a la patología urbana en sus múltiples dimensiones, recorre los restos de camino que dejan sus personajes entre su racionalidad y su misma fragilidad. El libro nos ofrece un repertorio de relatos que indagan en la materia obscura que gravita en la ciudad y que trasciende hasta el espacio vacío donde orbitan los seres urbanos, muy lejos del Ceteris paribus.
La pauperización del sujeto como una construcción social de la otredad conlleva en cada una de las historias a entrelazar elementos viscerales que se alimentan del deterioro del tejido social, proceso de extinción de la modernidad, así como de la contracultura occidental, nuestro gran déficit comercial.
En su desarrollo, las historias están marcadas por protagonistas extraviados en un proceso de transición del contexto presente en nuestros días: desde el aislamiento producto de la resaca contracultural hasta el nihilismo como ética y moral; la ideación suicida en forma de imaginario colectivo; la marginación social y su constante disecación; notas negras y fragmentos de un diario personal. Estos son sólo aspectos que armonizan las tramas dentro de melodías de rock y consonancias literarias, pautas que describen una submodernidad plagada de negaciones y fisuras mentales. Todo un envoltorio del progreso fracturado.
Ya sea de manera implícita o con alevosía, Alfredo Padilla nos aproxima a una concepción sistémica y crítica del antropocentrismo, elemento existente en el criticismo de Immanuel Kant, el cual concibió el progreso humano como el incesante subir por un lado y bajar tan hondo por otro (abderitismo). Otra detracción se encuentra presente en B.F. Skinner, donde el conductista plasmó al ente social como un producto tergiversado, simplificado en la frase “el hombre crea la sociedad y la sociedad crea al hombre”. No fue hasta que las tesis posmodernistas encausaron al sujeto en su lucha interior, producto de su propia contradicción o, en otros términos, víctima de su misma construcción social.
En este sentido, el autor del libro expone una radiografía del camino inconcluso del individuo en la sociedad, con personajes que cruzan ese purgatorio mental que procuramos evitar a medida que el tiempo y el espacio atrofian los sentidos. Una perversión del pensamiento en todas sus clases sociales, con relatos contrastantes sintetizados en el ser urbano contemporáneo, donde el progreso se adorna de decadencia y confusión, resultado de retratar los aspectos físicos del trastorno social y su segregación, de la promesa incumplida del modernismo.
Por tanto, Una pastilla más para que pase el dolor nos traslada a una arqueología de la envejecida generación X, a través de los restos que conformaron su transición, con historias que caen en una simbiosis de recuerdos entre sus tramas, crónicas personales, y su pesadilla posmoderna.
Hugo César